sábado, 27 de octubre de 2007

Herencia temperamental de los castellanos








El carácter del castellano es seco en sus maneras, parco en palabras, pero contundente en sus hechos.
La nobleza de su carácter se ha hecho proverbial y su sinceridad, a veces un tanto ruda, permite que en su propio idioma las palabras castellanía y franqueza sean sinónimas. Es, sobre todo, claro y rotundo en sus decisiones y opiniones; de ahí viene el dicho de “llamar al pan, pan y al vino, vino”. Es notorio también su pragmatismo que le hace, a veces, demasiado escéptico, pero esta queda compensado por su afición a las novedades, que, por ser un arma de dos filos permite que en muchas ocasiones se hayan desarraigado costumbres y tradiciones, perdiendo con ello personalidad propia.
Es también el castellano, hospitalario, tolerante, duro, valiente, individualista y orgulloso y, aunque ha producido una prodigiosa literatura, no es, paradójicamente, amigo de fantasías y elucubraciones; gran amante de la familia y de la tierra tiene, por ello, muy arraigado, a veces en exceso, el sentido de la propiedad privada, lo que constituye evidentemente un obstáculo para ciertas reformas de todo punto necesarias.
En resumen, bien definen al castellano los versos de nuestro gran Jorge Manrique dedicados a su padre el Maestre de Santiago:
¡Qué amigo de sus amigos!
¡Qué señor para criados y parientes!
¡Qué enemigo de enemigos!
¡Qué maestro de esforzados y valientes!
¡Qué seco para discretos!
¡Que gracia para donosos!
¡Qué razón!
¡Cuán benigno a los sujetos,
y a los bravos y dañosos
un león!

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